Hace un frío que pela en el monte, el mismo frío o más que en el seminario. Pero sarna con gusto no pica y, con la Beretta en mano y dos conejos bien encañonados, la temperatura no importa. Tan solo el vaho que sale de mi boca se interpone entre el rabicorto y yo.
Disparo, el conejo cae y el perro lo cobra.
A padre no le gusta cazar, por eso siempre voy con el tío Bandera cuando vengo de permiso; tiene cuatro hijas y a ninguna le gusta la caza. No sé por qué le pusieron de mote Bandera, pero es un mote propio, no lo ha heredado como nosotros el nuestro. En el pueblo somos los Camorra, por mi abuelo, que al parecer vino de la guerra algo sonado y buscaba siempre jaleo. La Beretta era suya, pero mi abuela se la escondió. Sus razones tendría.
Qué contenta se ha puesto madre con los tres conejos que he traído, pero más contenta todavía se ha puesto con la perdiz que escondía en el morral. Seguro que hoy es el último día que la veo reírse, porque en cuanto pase el día de los Reyes me volveré al seminario. Ella ya ha empezado su dramática cuenta atrás y eso que esta noche es Nochebuena.
A ver si cayera una nevada tan grande sobre los tejados del seminario que se hundieran encima de los frailes y no tuviera que volver. Padre dice que si no fuera por los frailes ni Manuel Patarrilla ni yo podríamos estudiar, que tuvimos suerte cuando el cura del pueblo nos escogió de todos los muchachos de la escuela para ir a San Francisco. Suerte tienen los que se han quedado en el pueblo, con sus padres, con sus hermanos y los olivares, que cuando vas temprano, antes de varear, siempre hay algún conejo despistado al que echarle plomo, y si se te cruza la liebre, ya has echado la mañana.
Esta mañana hemos ido a varear. Padre está poniendo las mantas debajo de las olivas y me ha pedido que encienda un fuego, hace frío y luego habrá que almorzar.
Mientras intento que se prendan las ramas le cuento lo difícil que son las matemáticas y el latín, y que hay que leer muchos libros, que son muchas asignaturas, cada una más difícil que la anterior, y que los frailes no ayudan ni lo ponen fácil. Padre me mira, sonríe y me dice que para asignaturas difíciles la de encender hogueras, pero que siga practicando, lo mismo que con las del seminario.
Andrés el taxista es el que nos lleva al seminario al acabar las Pascuas. Con nosotros regresan también unos cuantos muchachos de los pueblos de alrededor. Nos hace salir bien temprano, dice que hasta El Pardo hay muchos kilómetros y esos días hay mucho movimiento de coches.
El jersey de lana tejido por nuestras madres y lo apretados que vamos en el taxi hacen que pasemos un viaje bien caluroso a pesar del frío de enero. Y al final del camino, la mole de piedra, los frailes esperando.
Empieza mi cuenta atrás, hasta Semana Santa.